Los romanos pusieron pie en la península ibérica en el año 218 a. C. para poner freno a la expansión cartaginesa durante la segunda guerra púnica. Aunque Hispania se romanizaría (y latinizaría) con relativa rapidez, es evidente que antes del desembarco de los legionarios de Gneo Cornelio Escipión ya había allí otras personas y que estas hablaban sus propias lenguas no latinas, es decir, lenguas prerromanas.
Precisamente, la pronta romanización —muy especialmente de la Bética— causó el relativamente rápido abandono de estas lenguas vernáculas —con la obvia excepción del vasco—, lo que supone un gran inconveniente a la hora de estudiarlas en la actualidad. Efectivamente, los testimonios de lenguas prerromanas no llegan ni cuantitativa ni cualitativamente a la suela de los zapatos a los copiosos testimonios latinos de todo el Imperio romano ni aun a los de la Hispania romana.
Un problema que se va a plantear frecuentemente es el de la significación estadística, pues son numerosas las aparentes conclusiones-propuestas-hipótesis sacadas a partir de pocas muestras-apariciones-ocurrencias. Por todo lo dicho, lo mejor es tomarse esto más como un juego-ejercicio filológico que como dogma de fe.
Antes de empezar, no estaría de más repasar la historia más antigua de la península ibérica en el siguiente vídeo, al menos a partir de 16:14:
Este artículo podría llegar a ser largo, denso y aburrido —incluso para mí—, lleno de detalles sin confirmar y difícilmente demostrables. Para tratar de evitarlo, intentaré mencionar solo lo más importante, solo lo que tenga relación —o visos de ella— con lo que luego pasaría al castellano. Aunque el artículo está lleno de marcas de incredulidad e hipótesis («es probable», «es posible», «es de suponer», «quizá», condicionales…), salvo que se afirme rotundamente algo, lo más seguro es asumir que hablamos de hipótesis, incluso si no hay rastros textuales de ello.
Los pueblos prerromanos y sus lenguas prerromanas
En el momento de la llegada de los romanos, la península ibérica estaba habitada por pueblos de diverso origen con lenguas de diferente naturaleza. Una primera clasificación podría ser la de lenguas indoeuropeas y lenguas no indoeuropeas.
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Desde un punto de vista más histórico que lingüístico, otra clasificación podría ser la de lenguas autóctonas o paleohispánicas y lenguas coloniales. Como sabemos, desde muy pronto los griegos y los fenopúnicos —conveniente manera de indeterminar lo fenicio y lo cartaginés— se vieron atraídos por las riquezas peninsulares y, en consecuencia, se asentaron en determinados puntos para sacar provecho. Las lenguas de estos colonos es de escasa significación para nuestro artículo, aunque comentaremos alguna cosa.
Así pues, nos quedamos sobre todo con las otras cinco lenguas, las paleohispánicas, las de los pueblos que estaban bien asentados en la península. (Naturalmente, si hacemos la suficiente arqueología, podríamos llegar a la conclusión de que los pueblos indoeuropeos no eran propiamente autóctonos, pero creo que se entiende el concepto).
Como decía, estas cinco lenguas podemos clasificarlas, volviendo a lo meramente (etno)lingüístico, en indoeuropeas (celtíbero y lusitano) y no indoeuropeas (ibérico, vasco y otra lengua no identificada pero relacionada con lo tartesio-turdetano y de la cual se sabe poco con razonable certeza). Podemos hacernos una idea de su distribución en el siguiente mapa etnográfico:
Los siguientes apartados contienen buena parte de materia más histórica y arqueológica que lingüística, así que simplifiquemos para llegar cuanto antes a lo lingüístico.
El fenopúnico y el griego
Es más importante el papel histórico que el lingüístico. Los fenicios estaban en la actual Málaga ya al menos en el siglo IX a. C., y también llegaron a las Baleares y a Cádiz. Precisamente, todo parece indicar que estos topónimos tienen origen fenopúnico: «Málaga» < Malaca < mlk’, «Ibiza» < Ebusus < ‘ybsm, «Cádiz» < Gades < hgdr < ‘gdr. Incluso es probable que Hispania —y por ende «España»— tenga un origen cartaginés.
Por su parte, el griego colonial peninsular —no confundir con los rasgos griegos presentes en el español a través del contacto con el latín general y por cultismos— es de escasa relevancia, pues los griegos se ocuparon del comercio y poco más. Aun así, el contacto con los iberos creó un alfabeto griego para escribir la lengua ibérica (alfabeto grecoibérico).
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Las lenguas indoeuropeas prerromanas
Las lenguas indoeuropeas peninsulares de las que sabemos alguna(s) cosa(s) son el celtíbero y el lusitano. (Esto no quiere decir que fueran las únicas, algo imposible en un territorio tan fragmentado como la península prehispánica).
Como es fácil suponer, el celtíbero era una lengua de la familia celta —emparentada por tanto con la lengua de los galos y el irlandés— hablada por el pueblo celtíbero (no confundir con el ibérico y los iberos, no indoeuropeos). Es importante recalcar que una característica común de las lenguas célticas es la aspiración o desaparición de *p indoeuropea, constatada efectivamente en el idioma celtíbero. Se escribió en un semisilabario, el levantino, entre los siglos II y I a. C. y en alfabeto latino hasta finales II d. C.
Por su parte, el lusitano no parece ser una lengua celta, por mucho que instintivamente lo podamos relacionar con lo galaicoportugués. Lo suponemos porque, en los cuatro documentos que se conservan, en alfabeto latino, hay constancia de /p/. Es posible que fuera una lengua celta que mantuvo la *p indoeuropea por lo temprano de su escisión del tronco protocelta (no en vano se habla de indoeuropeo precelta, aunque también de paracelta). Otra teoría sugiere que pueda ser, de hecho, una lengua de la familia itálica (y por tanto cercana al latín), pues, entre otros rasgos, su sistema consonántico es similar al latino.
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Las lenguas no indoeuropeas
Nos resta hablar principalmente del ibérico y del vasco, pues ya dijimos que de la otra lengua, la tartesio-turdetana, se sabe muy poco. Como repetiremos luego, las lenguas paleohispánicas no indoeuropeas se encuentran distribuidas principalmente por la costa mediterránea; esto es lo que llevará al contacto más temprano e intenso de los romanos con la península ibérica, probable factor en la desaparición más temprana de estas lenguas.
La lengua ibérica es la mejor documentada (más de 1000 inscripciones), pero, por paradójico que pueda parecer, no la mejor conocida. Parece que se hablaba por casi toda la costa mediterránea peninsular, con una buena concentración en la zona de la actual Cataluña. Para escribir se usaron dos semisilabarios y el alfabeto grecoibérico ya mencionado, que es el más conveniente para el estudio del ibérico por los lingüistas actuales, pero lamentablemente el menos documentado.
Por último, tenemos el vasco, único idioma paleohispánico que ha seguido evolucionando hasta hoy. Obviamente, el vasco actual y el de hace más de 2000 años han de tener grandes diferencias entre sí. De ahí que, de hecho, no se sepa demasiado sobre el vasco antiguo. Existe la teoría del vascoiberismo, algo gastada ya, pero aún no descartada, que postula una conexión genética entre el vasco y el ibero. El quid es que, como hemos dicho, no se sabe mucho ni del vasco antiguo ni del ibero, por lo que la hipótesis, por el momento, ni puede validarse ni terminar de descartarse.
Influencia de las lenguas prerromanas en el español
Como es de suponer, cuando hablamos de la influencia que han tenido las lenguas prerromanas en el español, realmente estamos hablando de cómo los rasgos de estas lenguas permearon en el latín hispano y de ahí siguieron hacia el castellano.
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Relación de sustrato
En este punto hemos de hablar de la metáfora geológica ideada en el siglo XIX por el italiano Graziadio Isaia Ascoli. Naturalmente, el español es, básicamente, el latín vulgar de Hispania evolucionado a través de la historia. Sin embargo, este latín no evolucionó dentro de su propia burbuja, sino que tuvo influencias externas.
Precisamente estas influencias externas son —en lo que concierne a este artículo— los llamados hechos de sustrato. Es fácil de entender si mantenemos en mente lo geológico de la metáfora, pero es aún mejor comprender los conceptos básicos:
Cuando una lengua —el latín— llega a un territorio donde se hablaban otras lenguas —las prerromanas—, la nueva lengua se superpone a las antiguas. En el caso del latín, además, se impone. Aunque las otras lenguas terminan por desaparecer, consiguen dejar algunas características en la nueva lengua. Esto es, precisamente, lo que vamos a ver: qué rasgos de las lenguas prerromanas se pasaron al latín hispano.
Aunque el concepto del sustrato es perfectamente válido, tiene el inconveniente de que es fácil recurrir a hechos de sustrato, cual cajón de sastre, cuando cualquier otra explicación más científica resulta imposible de establecer; precisamente porque el sustrato se suele conocer solo de forma nebulosa, sirve de comodín para justificar lo inexplicable.
Lenguas indoeuropeas y no indoeuropeas
Dejando de lado el vasco, es de suponer que las lenguas indoeuropeas se mantuvieron más tiempo que las no indoeuropeas, al menos por dos razones: porque por casualidad los romanos entraron en contacto con las áreas no indoeuropeas en primer lugar y de forma más intensa (tal y como vimos en el mapa), y porque las lenguas indoeuropeas tienen precisamente afinidad genética con el latín, también lengua indoeuropea, por lo que es de suponer que el choque lingüístico sería menor.
De ello es de suponer que las lenguas que tuvieron más contacto dejaron más marca, simplemente porque tuvieron más tiempo para hacerlo, y además porque es también de suponer que una lengua más afín al latín tenga mayor capacidad de pasar rasgos por mera interferencia. Pensemos en que es más fácil caer en falsos amigos entre el español y el italiano que entre el español y el japonés.
Fonética
Dado que los testimonios de las lenguas prerromanas de que disponemos son necesariamente escritos y que la escritura refleja o pretende reflejar más o menos la pronunciación —además de que la lingüística histórica desde siempre se ha interesado muy especialmente en esta cuestión—, los hechos de sustrato más numerosos son los del campo de la fonética.
Nuevamente cabe pedir precaución en las pretendidas conclusiones. La inexactitud de la escritura, la relativa escasez de testimonios y las conclusiones interesadas a buen seguro causan un gran número de falsos positivos.
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Vocalismo
Como hasta los burros saben, el español tiene cinco vocales, en lugar de las 7 o más de las otras grandes lenguas romances. Esto se aduce al sustrato, pues también el vasco y el ibérico con total seguridad tenían solo 5 vocales, y posiblemente también el celtibérico y el lusitano (aunque estas dos quizá oponían las breves a las largas, igual que el latín clásico).
También es posible que sea a causa del sustrato la frecuente metátesis de yod en la evolución de étimos latinos como solitariu > > sol(i)tairo > solteiro > «soltero», capiam > caipa > queipa > «quepa» o coriu > coiro > «cuero».
Consonantismo
Normalmente achacada al vasco es la pronunciación fuerte en inicio de palabra de la r. Mientras que en italiano llaman a la ciudad eterna [ˈɾoma] (con percusiva), los hispanohablantes la llamamos [ˈroma] (con vibrante). Efectivamente, todo parece indicar que en vasco no existía la /r/ en inicio de palabra, por lo que rex pasaba a errege (con vocal protética).
También se mencionan las lenguas prerromanas para la evolución de f inicial en castellano, que como sabemos pasa primero a una aspiración [h] y posteriormente se elide. Parece que efectivamente no había /f/ inicial en muchas de estas lenguas.
Otra cuestión es la del betacismo (lo que desemboca en la confusión de ‹b› y ‹v›), supuestamente explicado por la ausencia de [w] en ibérico (aunque sí existe con seguridad en celtibérico y lusitano). El hecho de que ya haya muestras de betacismo en Pompeya (sin conexión aparente con la lengua ibérica) resta plausabilidad a la teoría.
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De entre todos los hechos de sustrato, probablemente el más importante y efectivamente aducible al sustrato, concretamente al celta, es el de la lenición, uno de esos cambios en cadena similar a la ley de Grimm. A la lenición habrá que dedicarle su propio artículo, pero, a grandes rasgos, es el proceso por el que las consonantes geminadas se simplifican (p. ej. cuppa > «copa»), las oclusivas sordas se sonorizan (p. ej. cupa > «cuba»), las oclusivas sonoras fricatizan (p. ej. cibu > «cevo» medieval) y las consonantes ya fricatizadas pueden llegar a desaparecer (p. ej. tibi > «ti»).
También el sustrato podría haber sido responsable de la palatalización tras las evoluciones ct > [i̯t] > ch (p. ej. octo > oito > «ocho») y de x > [is] > [ʃ] > j (p. ej. axe > [ai̯se] > [eʃe] > «eje»).
Por último, tenemos la característica palatalización de los grupos pl‑, kl‑, fl‑, tipo pluvia > «lluvia», clave > «llave», flamma > «llama». En estos grupos, los latinismos en vasco perdían la primera consonante (p. ej. plantatu > landatu), y en celtibérico se insertaba una especie de vocal epentética (p. ej. flaccus > Bilake).
Morfología
El terreno de la morfología de sustrato es pequeño y de arenas movedizas: apenas una hipótesis sobre las declinaciones y algunos sufijos.
Efectivamente, se ha dicho que, como en las lenguas celtas el nominativo plural podía acabar en ‑os (mientras que en latín acababa en ‑i en la declinación temática), el hecho de que el plural español sea en ‑os en lugar de en ‑i es debido a este sustrato celta. Personalmente veo la hipótesis traída por los pelos, pues el plural español se explica perfectamente desde el propio latín y, en cualquier caso, correlación no implica causalidad. Ya lo habíamos visto en otro artículo:
Más segura es la cosa con los sufijos sustratísticos, p. ej. los despectivos ‑arro, ‑orro, ‑urro, otros como ‑eccu y –occu (p. ej. en «muñeca» y «morueco»), ‑asco (p. ej. en «hojarasca» o «peñasco»), ‑aecu (p. ej. «palaciego», «mujeriego» o «labriego»; también es probable el patronímico ‑(e)z (p. ej. «Álvarez», «López»). Es probablemente debido al sustrato el fenómeno que vemos en la esdrujulización en palabras como «páramo», «légamo», «relámpago» o «murciégalo» (se esperaría simplemente «murciego»).
Léxico
Por último, y de forma más segura, tenemos un buen puñado de palabras de origen prerromano, muchas de las cuales solo se encuentran en las lenguas peninsulares actuales, y no en todas.
(Aun así, cabe aclarar que, igual que los indoeuropeos peninsulares no estaban ahí desde el principio, las palabras de sustrato céltica no eran necesariamente de creación paleohispánica, sino que podían haberse originado en otros territorios celtas y luego extenderse a las partes celtas de la península).
Se trata principalmente de palabras pertenecientes a los campos semánticos de la naturaleza y de la vida material, pero no relacionadas con los sentimientos, la política, la vida social, etc., donde los términos latinos se impusieron rotundamente. Algunos ejemplos son «barraca», «charco», «galápago», «manteca», «perro», «estancar», «braga»…
Últimas palabras y conclusión
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Ya he dicho bastantes veces que gran parte de lo que hay en este artículo son hipótesis —no confirmadas, pues, y lógicamente no mías—, unas más plausibles y otras menos (o nada). El hecho de que se sepa relativamente poco de estas lenguas prerromanas necesariamente hace que todo lo que gire en torno a ellas quede a la sombra de la duda.
Es de suponer que, conforme se vaya sabiendo más y mejor sobre las lenguas paleohispánicas (por encontrar más material nuevo o por conocer mejor el que ya se tiene), se podrá ir confirmando o descartando unas y otras teorías. Mientras tanto, mucho de todo lo dicho no deja de ser más que un juego filológico.
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«¿Cómo influyeron las lenguas prerromanas en el español?», de delcastellano.com.