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El veloz murciégalo comía almóndigas con el crocodilo

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La lengua es patrimonio de sus hablantes, quienes tienen el derecho de utilizarla. No hace falta ser filólogo para criticar sus usos y costumbres ni lo que dice la RAE; lo que sí sería menester es, antes de escribir sobre lengua en un blog el miriadésimo artículo criticando que haya tal o cual palabra incluida en el diccionario, como «murciégalo» o «almóndiga», investigar un poco, porque, por mucho que guste por norma general criticar a los académicos, lo que hacen suelen hacerlo por alguna u otra razón, por muy arcana y sibilina que pueda parecer.

Puedes imaginarte que tengo la costumbre de leer artículos sobre lenguas, entre los que hace un par de días me topé con este, titulado «Una docena de enajenaciones de la RAE». No pretendo, ni mucho menos, atacar a la autora, Andrea Navazo, ni desmerecer su opinión; simplemente me gustaría aclarar algunas cosas.

En primer lugar, habría que pensar que el propósito de un diccionario como el DLE es que la gente lo consulte para averiguar el significado de una palabra que lee en un texto español. Aclarado esto, procederé a comentar algunos de los apartados del mencionado artículo, los más dignos de comentario por alguna u otra razón.

Este artículo fue publicado antes de que la 23.ª edición del DLE (2014) se publicara. Por intentar conservar la coherencia que el artículo tenía en su momento, los enlaces a las entradas del DLE remiten a la 22.ª edición (2001), que era la vigente en el momento. Los llamados «artículos enmendados» de aquel entonces son las versiones que actualmente conforman la 23.ª edición.

«almóndiga»

Efectivamente, «almóndiga» remite a «albóndiga», lo cual quiere decir que «albóndiga» es la forma preferida. En el artículo, se queja la autora de que ni siquiera especifica la RAE que «almóndiga» sea vulgar… Basta con darse cuenta del artículo enmendado, donde sí se especifica que es un empleo vulgar, además de en desuso.

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Para quien no lo sepa, el DLE no es un ente inmutable en el tiempo, sino que va cambiando: se modifican entradas, se añaden otras nuevas y, ocasionalmente, se eliminan algunas. Los artículos enmendados son, pues, artículos modificados respecto a la última edición publicada (la 22.ª, del 2001) y que aparecen en la siguiente edición, la 23.ª.

Básicamente, el diccionario va cambiando más o menos al ritmo que va cambiando la lengua añadiendo nuevas palabras, significados, o incluso perdiéndolos.

La pregunta sigue siendo… ¿por qué aparece «almóndiga»? Se suele creer, erróneamente en mi opinión, que lo que aparece en el diccionario va a misa, por así decirlo. Sin embargo, el diccionario, afortunadamente, ha pasado de ser —desde sus años mozos en los que fijaba, limpiaba y daba esplendor— prescriptivo (decía lo que tenía que haber) a descriptivo (lo que realmente hay); en Anatomía de la lengua puede leerse bastante aunque concisamente al respecto. Retomando entonces lo que dijimos antes, tiene sentido que el diccionario recoja una palabra que aparece en textos españoles de autores reconocidos, como en las Poesías de Bretón de los Herreros, donde tenemos el siguiente texto, según facilita el CORDE:

Ni de la imprenta los tórculos
Te han de adquirir una almóndiga,
Ni tener capa te es lícito
Que te guarde de la atmósfera.

«murciégalo» (y «crocodilo»)

Tanto «murciégalo» como «crocodilo» son las formas etimológicas de las respectivas formas actuales «murciélago» y «cocodrilo». Ambos son bellos ejemplos de metátesis, el fenómeno por el que uno o más sonidos se (inter)cambian dentro de una palabra. También son bellos ejemplos de que la lengua, efectivamente, se transforma según la cambien los hablantes, quienes pueden llegar a tener más fuerza que la autoridad etimológica.

Como bien explican en el artículo invitado, «murciégalo» viene a significar ‘ratón ciego’. Por cierto, que también existe en el español, aunque ya en desuso, «mur», el antiguo ratón; como puede suponerse, está emparentado con el mouse inglés.

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«crocodilo»

En cuanto a «crocodilo» (cf. inglés crocodile), me gustaría poner en duda la etimología que encuentro por todos sitios, según la cual procede del latín crocodilus, a su vez del griego κροκόδειλος [kɾoˈkodeilos] —hasta aquí, todo en orden—; κροκόδειλος sería un compuesto de κρόκη [ˈkɾoke:] ‘guijarro’ y δρῖλος [ˈdɾilos] ‘lombriz’, de lo que se derivaría un significado tal que ‘un animal alargado que se tumba entre los guijarros’.

Esta etimología no se explicaría del todo bien, ya que tenemos un acabado en ‑δειλος frente a una palabra δρῖλος, proceso en el que se ha perdido una [ɾ] (¿quizá por disimilación de dos [ɾ] cercanas?); en cambio, apostaría por otra palabra, δειλός [deiˈlos], que significa ‘malvado, ruin’, muy en consonancia con la imagen que se tiene del cocodrilo y sus famosas lágrimas, aunque se quedaría descolgada la parte referente a los guijarros… se non è vero, è ben trovato. Ya sabemos cómo es la etimología. Alberto Bustos habla del tema con más profusión en esta entrada de su blog.

En cualquier caso, la pronunciación de esta palabra, así como su etimología, debía de ser ya confusa para los romanos, ya que encontramos numerosas formas: crocodilus, cocodrillus, corcodillus, corcodrillus, crocodrillus, etc., tal y como recogen Ernout y Meillet.

«descambiar»

Confieso que, de muy pequeño, también hice un razonamiento parecido. Sin embargo, basta con fijarse un poco en que descambiar algo es, simplemente, deshacer el (inter)cambio que se había hecho previamente, normalmente de dinero por un objeto.

También hay que tener en cuenta que lo que no se use en tu zona no quiere decir que no se use en otras, y al menos en muchas partes de Andalucía el descambiar es el pan nuestro de cada día. Dicho de otra forma: hay mucho más español más allá de tu variedad o idiolectoHay que ser, pues, tolerantes.

letra ye

Soy yo el primero de cuyas manos muertas y frías tendrán que arrebatar el nombre de i griega. Sin embargo, este nombre no es más que una especie de oxímoron. Efectivamente, la ‹y› es de origen griego, pero no era una i, sino una simple u; por tanto, es impropio (etimológica/históricamente) hablar de i griega. Ni siquiera era leída como la u francesa en la mayoría de los dialectos griegos, sino que era un rasgo propio del dialecto ático, que más tarde intentarían copiar los romanos pedantes o cultos, y que los demás se limitaron a pronunciar [i] (y es de hecho la pronunciación del griego moderno).

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Es cierto que pasar de un elegante i griega a un vulgar ye es difícil, pero es mucho más coherente con el resto de nombres del abecedario. En cualquier caso, y si hubiera que eliminar fulminantemente el nombre de i griega, yo propondría ípsilon, nombre que recibía en griego y que conserva en idiomas como el alemán o el italiano.

Por lo demás, «toballa», «agora» y «asín» tendrían las mismas explicaciones ya dadas a lo largo de este artículo: el diccionario recoge lo que hay, o lo que ha habido, normalmente formas más cercanas a la etimología —y por tanto más históricamente correctas— que las actuales.

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Javier Álvarez

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